Leyenda del Carru Rozu
«Allá arriba, coronando la cima del monte, aparece la silueta pétrea de una figura que en el entorno todo se conoce por «Carro de Rozo». Una antigua leyenda cuenta que fue un vecino de esta comarca quien se quedó petrificado en aquellas alturas con su carro y sus bueyes como castigo a su comportamiento impío. La leyenda popular la recoge Gonzalo de Trasssiera en su libro «Tradiciones cantábricas». Esa montaña está localizada precisamente en tierras de Pumalverde.
«El que siga la carretera que saliendo de Comillas -dice el autor- llega a Udías y ahora enlaza con el trozo que une al primero de dichos pueblos con el de Cabezón de la Sal, subiendo una extensa y continuada pendiente, irá descubriendo un dilatado y pintoresco panorama…».
«En un recodo de la misma existe una pequeña venta casi oculta en el ángulo que la carretera forma… El paisaje que desde allí se descubre es de una belleza deslumbradora y salvaje… Lo que llamó, sin embargo, más mi atención era la extraña forma de dos enormes rocas que, a poca distancia, se alzaban sobre un cerro y parecían obra de aquellos artistas indios de la época en que, con colosal esfuerzo, se dedicaban a tallar las montañas; aquellas rocas debían tener un misterio o tradición.»
Y he aquí el relato:
«Cerca del sitio por donde hoy pasa la carretera y antes de llegar al pueblo de Udías, había en la época en que la tradición coloca mi relato una pequeña casita sombreada por la espalda por un nogal recio y copudo y por el frente y sobre su puerta por un fresco emparrado. Aquí vivía un matrimonio con su hija, una niña de diez a doce años. Parece ser que mientras la esposa era un dechado de virtudes, trabajadora, religiosa y resignada, el marido era un compendio de defectos, incrédulo, holgazán, ambicioso. Él hubiera querido ir a las indias a hacer fortuna, mas como tal ocasión no se presentara, cuando hubo de mantener a una familia «cogió un hacha y dando tajos a diestro y siniestro, conseguía cargar una carreta, que, con su pareja de bueyes, fue la dote que le trajo su mujer». Pero resulta que el hombre, al fin, se hizo trabajador por codicia e imponía duros trabajos a su mujer y a su hija, a las que , pese a su condición de fieles creyentes, las obligaba a dedicarse a las faenas del campo lo mismo días laborables que festivos, cosa esta última a que se negaba la esposa.
Era un domingo de madrugada, el marido preparaba su carreta en contra de las protestas de la mujer; trataba el de obligar a su hija a acompañarle, cosa que tampoco logró, aunque le costara, una bofetada a la criatura su protesta. Y así, maldiciendo a la familia y a los santos, se dirigió al monte cercano con sus bueyes. Transcurría, empero, la jornada sin que el marido regresara a casa; alarmada la buena mujer, miraba al monte y suplicaba por el regreso del esposo. Una gran tormenta envolvía al anochecer con sus resplandores estos parajes iluminando la cumbre del monte los relámpagos. Y así, «a la luz de un nuevo relámpago, vieron en la cumbre del próximo cerro la carreta del marido y del padre; pero inmóvil y como clavada en el suelo. Las pobres mujeres corrieron en su ayuda, mas pronto vieron lo extraordinario, a la par que lo asombroso del suceso: la carreta, los bueyes y su impío amo se habían petrificado ante la enfurecida mirada de Dios». Fue el castigo que la mole roja dolomítica recuerda en la altura a los que tienen imaginación.»
Historia Mozucu
Indalecio Zaballa «Masio», describe en la Última Trova la historia de la fiesta del Mozucu y la promesa que acerca a los vecinos de Ruiloba cada año al Barrio de la Virgen.
«La primera vez que di un recital fue aquí, el La Hayuela, cuando tenia veintitrés o veinticuatro años, en la noche del Mozuco. Porque entonces no existían las orquestas ni nada de eso. Solo había pito y tambor. Actuó Joaquín Mediavilla, de Villapresente, el mejor pitero que he conocido en toda Cantabria, y le acompañaba Manolo Angulo, de Rodezas, que ha tenido unas manos divinas y que, como ya he dicho antes, fue el que me enseñó a mi tocar en una lata, estando guardando las vacas en el Carrorrozo y el Coteruco.
Aquella noche del Mozuco, en un descanso, empecé yo. No recuerdo ya lo que les recité. Y cuando terminó la verbena, la mujer de Mayores, que no se era nombre o era apodo, me dice:
-Venga, Masio: no nos vamos sin oírte otra poesía.
Así empecé. Y desde entonces, en cualquier reunión me lo pedían.
De esa manera, según las circunstancias, componía yo las trovas. Por ejemplo, la de la romería del Mozuco, que se celebra el día 9 de septiembre en el barrio de la Virgen de este ayuntamiento de Udías, en cumplimiento de una promesa del año 1700 y algo más.
Se había declarado una epidemia de cólera y pusieron un lazareto en la Cueva de las Cáscaras, que está más allá de la Cornejada, frente a Canales, para los que venían de Ruiloba a Udías. Si estaban enfermos, no podían pasar. Les obligaban a quedarse.
Entonces hicieron los de Ruiloba una promesa: ir todos los años, uno de cada casa, a la Virgen de la Caridad que está allá abajo, en ese barrio de la Virgen.
Que esta Virgen de la Caridad tiene a su vez otra historia. Parece ser que una mujer, que dio a luz y no quería que lo supiese la gente, colocó a la criatura con una mantuca en una cesta de varas, y la colgó de la rama de un roble, donde está la ermita.
Entonces vino una mujer o un hombre que pasaron por allí, y se encontró con aquel crío, con aquel jayón que decimos. Lo llevó a su casa y lo criaron.
Con el tiempo, el jayón ese se marchó a América, y se conoce que hizo fortuna. Y, cuando volvió, mandó construir esa iglesia, la más bonita de Udías, a la Virgen de la Caridad en el sitio donde él fue encontrado.
Como le digo, hicieron esa promesa los de Ruiloba, y aún acuden todos los años, el día 9 de setiembre, a cumplirla. Porque esa gente ha sido siempre muy romera y muy creyente.
Antiguamente, venían con sus burrucos y sus carrucos adornados. Ahora llegan en coches y traen muchas carrozas. Después de la misa hacen una gran comida en la braña de Terán, donde quedan dieciocho robles y hay unas catorce mesas, y luego el baile. Es una fiesta maravillosa.»
La Ultima Trova
Indalecio Zaballa «Masio» Antonio Zavala